9 de junio de 2008



INTRODUCCIÓN



CAPITULO III





¿Cómo podemos explicar los cuarenta años de enfrentamiento armado, de fraudes electorales, y de movilización social permanente, basados en la premisa, siempre inverosímil, y en este caso totalmente infundada, de que el voto liberal era inestable, que no podía definir una candidatura en cualquier momento, y de que eso lo impedía una disuasión populista sin tregua ? En primer lugar, las elecciones nacionales se basaban en la creencia general, absurda, vista desde el presente, pero muy lógica tras el fin de la democracia interna, de que la era populista se afianzaría de cualquier modo, que el futuro del sistema de partidos estaba garantizado, de que la mayoría de la sociedad civil esperaba cambios significativos en el uso de los recursos del Estado, lo que había sucedido una y otra vez tras el fin de la democracia política. En segundo lugar, para los norteamericanos, la política nacional era un mundo en ruinas habitado por burócratas tercermundistas, cuyos militantes les parecían poblaciones radicalizadas, ciudadanos desesperados y tal vez enanejados, predispuestos a prestar oídos a demagogos de la revolución social y de las políticas incompatibles con la democracia y de libertad de movimiento de capitales, que por supuesto, había de salvar a República Dominicana de caer en manos de futuros nacionalistas revolucionarios. En tercer lugar, ¿Por qué hasta los medios de comunicación al servicio del status quo y de la oligarquía, que rechazaban toda posibilidad de la izquierda democrática, o de los liberales, informaba que la sociedad dominicana se enfrentaba ahora a la aparición de una autocracia de partidos, a la negación de la versión neoliberal del estatismo y el fin de la dominación popular ? En tales circunstancias, ¿Hubo en algún momento peligro real de un voto disidente liberal durante este largo período de tensión histórico social, con la lógica excepción de los accidentes históricos políticos que amenazan, inevitablemente, a quienes ocultan y presionan la delgada capa de sostenibilidad democrática.?




Capítulo III


LA REVOLUCIÓN DE LA MODA

Por barato que resultase el trabajo en Dominicana, com­parado con Brasil o Argentina, la agroindustria de Sao Paulo se enfrentaba a los mismos problemas de desplaza­miento de trabajo por la mecanización que tenían en Santo Domingo. O por lo menos el rendimiento y la productividad de la maquinaria podían ser constantes y a efectos prácticos, infinitamente aumentados por el proceso tecnológico, y su costo reducido de manera espectacu­lar. Sucede lo mismo con los seres humanos, como puede demostrar­lo la comparación entre la progresión de la velocidad en el transporte aéreo y la de la marca mundial de los cien metros planos. El costo del trabajo humano no puede ser en ningún caso inferior al costo de man­tener vivos a los seres humanos al nivel mínimo considerable acepta­ble en su sociedad o, de hecho a cualquier nivel. Cuando más avanza­da es la tecnología, más caro resulta el componente humano de la pro­ducción comparado con el mecánico, y esto último deben compren­derlo los políticos y empresarios dominicanos. La tragedia histórica de las décadas de crisis consistió en que la producción de los seres huma­nos a una velocidad superior a aquella en que la economía del merca­do creaba nuevos puestos de trabajo para ellos.


Además, este proceso fue acelerado por la competencia mundial, por las dificultades finan­cieras de los gobiernos que directa o indirectamente eran los mayores contratistas de trabajo (grado a grado), así como, después de 1980 , por la teología imperante de libre mercado. Esto significó, entre otras cosas que los gobiernos y otras entidades públicas dejaron de ser contratistas de trabajo en última instancia. (CODIA).



El declive del sindicalismo, debilitado tanto por la depresión económica como por la hostilidad de los gobiernos neoliberales, aceleró este proceso, puesto que una de las funciones que más cuidaba era precisamente la protección del empleo. (AMD; ADP).

La economía mundial estaba en expansión, pero el mecanismo automático mediante el cual esta expansión generaba empleo para los hombres y desigualdad entre las mujeres , que acudían al mercado de trabajo sin una formación especializada , y quienes se estaban desintegrando , era enorme. (Rep. Dom. 1962-1989).



Para plantearlo de otra manera, la revolución agrícola hizo que el campesinado, del que la mayoría de la especie humana formó parte a lo largo de la historia, resultase innecesario, pero los millones de personas que ya no se necesitaban en el campo fueron absorbidos por ocupaciones intensivas en el uso del trabajo, que solo querían una voluntad de trabajar, la adaptación de rutinas campesinas, como las de cavar o construir muros, o la capacidad de aprender en el trabajo ¿Qué le ocurría a esos trabajadores cuando estas ocupaciones dejaban de ser necesarias?



Aún cuando algunos pudieran reciclarse para desempeñar los oficios especializados de la era de la información que continúan expandiéndose (la mayoría de las cuales requieren una formación superior), no habían puestos suficientes para compensar las pérdidas.



¿Qué sucedería, entonces, a los campesinos de la República Dominicana ­que seguían abandonando sus conucos? En los países ricos del capitalismo tenían sistemas de bienestar en los que apoyarse, aún cuando quienes dependían permanentemente de esos sistemas y debían afrontar el resentimiento y el desprecio de quienes se veían a sí mismos como gentes que se ganaban la vida con su trabajo. En la República Dominicana pobre entraban o formaban parte de la amplia y oscura economía informal o paralela, en la cual hombres, mujeres y niños vivían, nadie sabe como, gracias a una combinación de trabajos ocasionales, servicios, chapuzas, compra, venta y hurto, (cañadas).



En los países subdesarrollados, empezaron a constituir, o reconsti­tuir, una subclase cada vez más segregada, cuyos problemas se consi­deraban de facto insolubles, pero secundarios, ya que formaban tan só­lo una minoría permanente. El gueto de la población negra en Santo Domingo se ha convertido en el ejemplo tópico de este submundo so­cial. Lo cual no quiere decir que la economía subterránea no exista en las clases más ricas de nuestro país (Bienes Raíces).

Los investigadores se sorprendieron al descubrir que a principios de los noventa había más escape y dolo en cuanto al pago de impuestos de parte de las diferentes capas sociales del país y por hogar, o sea, un promedio cuya cifra cuantía se justificaba por el hecho de que los grandes y pequeños negocios funcionaban por lo general en efectivo. Este último reflejaba nuestra ignorancia del concepto y por lo cual al autor se le debe permitir calificar esta cultura social dominicana co­mo de un folklore autóctono sin precedentes.



La combinación de depresión y de una economía estructurada en bloque para expulsar trabajo humano creó una sorda tensión que im­pregnó la política dominicana en décadas de crisis. (Reforma Judicial). Una generación entera se había acostumbrado al fraude y al pleno em­pleo, (hijos de trujillistas y neotrujillistas) o a confiar en que pronto po­dría encontrar un trabajo adecuado en alguna parte. (New York). Y aunque la recesión de principios de los ochenta, (PRD) trajo inseguri­dad a la vida de los trabajadores industriales, no fue hasta la crisis de principios de los ochenta que amplios sectores de profesionales y admi­nistrativos empezaron a sentir que ni su trabajo ni su futuro estaban asegurados. Casi la mitad de los habitantes de las zonas más prósperas del país temían que podían perder su empleo. Fueron tiempos en que la gente, con sus antiguas formas de vidas minadas o prácticamente arruinadas, estuvieron a punto de perder el juicio, (quiebra de financieras). No es aventuroso señalar que entre 1966-1986, (Joaquín Balaguer, Antonio Guzmán y Salvador J. Blan­co), la población dominicana prefiriera la protesta como una muestra de suicidio colectivo, algo que tendrán que analizar y explicar los es­pecialistas de la conducta humana.



Tras el prolongado periodo de soledad, frustración y rabia, no es lógico que un conglomerado de ciudadanos decidieron ejecutar acciones precipitadas muchas veces por una catástrofe en sus vidas, como la pérdida de su trabajo o un divorcio? La creciente cultura del odio que se ha generado en Santo Domingo y que tal vez contribuya a la desintegración de la democracia no fue quizás, un accidente. Este odio estaba presente en las letras de muchas canciones populares de los años ochenta y en la crueldad manifiesta de muchos documentales basados en la miseria y en programas de televisión.


Esta sensación de desorientación y de inseguridad produjo cambios y desplazamientos significativos en la política de nuestra atrasada sociedad carente de dirigentes con visión de progreso quienes sufrieron el impacto del desequilibrio internacional sobre el cual se asentaba la estabilidad de nuestra democracia : y se mantienen aferrados al pasado. (guerra fría en Santo Domingo).




En épocas de problemas económicos los votantes suelen inclinarse a culpar al partido o al régimen que está en el poder, pero la novedad de las décadas de crisis fue la reacción contra los gobiernos que necesariamente no beneficiaban a las fuerzas de oposición .




Irónicamente, aún con la victoria electoral de Hipólito Mejía los máximos perdedores fueron los seguidores del PRD, socialdemócratas o los socialcristianos, (PRSC) cuyo principal instrumento para satisfacer las necesidades de sus partidarios consiste en un amplio y desconcertarte sistema asistencialista (funditas y reparación de casas de madera y cinc), a través de gobiernos nacionales.




Así el bloque central de sus partidarios (PRSC-PRD) y una gran parte de PLD (obreros) se ha fragmentado. En la nueva economía trasnacional, los salarios internos estaban más expuestos que antes a la competencia extranjera, y la capacidad de los gobiernos de protegerlos era bastante menor (petróleo).




Al mismo tiempo, en una época de depresión los intereses de varias de las partes que constituían el electorado socialmente tradicional (PRD) divergían: los que tenían un trabajo (relativamente) seguro y los que no lo tenían.



Algunos lograron una presencia significativa en la política, a veces con predominio regional, aunque a finales del siglo 20 ninguno haya reemplazado de hecho a los viejos establishments políticos. Mientas tanto, el apoyo electoral a los otros partidos experimentaba grandes fluctuaciones.



Algunos de los más influyentes abandonaron el universalismo de las políticas democráticas y ciudadanas y abrazaron las de alguna iden­tidad de grupo, compartiendo un rechazo visceral hacia los margina­dos y tradición revolucionaria dominicana . Más adelante nos ocuparemos de aquellos que exigen políticas de identidad luego que los grupos de ONG`s por quienes luchan se beneficiaran en el pasado del desorden económico y social de esta isla.

Sin embargo la importancia de estos movimientos no reside tanto en su contenido positivo como en su rechazo de la vieja política si­no, en un equilibrio democrático de unos orígenes decadentes ; de más esta decir, (aunque muchos lo nieguen, tratando de mentirle al pue­blo) que la nación dominicana no tiene rumbo y está estructurada pa­ra que unos cuantos, unos pocos se beneficien de la renta real de to­dos, (PIB / índices de pobreza).



Algunos representantes de los partidos políticos y de la sociedad civil, fundamentan su identidad en afirmaciones negativas. Por ejem­plo , ¿Quién en 1996 se hubiera atrevido a predecir la derrota electoral de José Francisco Peña Gómez? Balaguer, resentido por el recorte a su mandato presidencial en 1994 nunca tuvo reparos en elegir a su suce­sor emocional, Leonel Fernández Reyna (1996-2000). República Do­minicana ha elegido presidentes a hombres en los que creían poder confiar, por el hecho de que nunca antes habían oído hablar de ellos. Desde principios de los setenta sólo un sistema electoral poco repre­sentativo ha impedido en diversas ocasiones la emergencia de un ter­cer partido de masa , cuando los liberales, solos o en la coalición (PRSC-PLD), o tras la fusión con una escisión de socialdemócratas (PRD) moderados obtuvieron casi tanto, o incluso más apoyo electoral que el que lograron individualmente uno a otro de los dos grandes partidos. (Jacinto Peynado). Desde principios de los treinta, durante periodos de depresión no se había visto nada semejante al colapso del apoyo electoral que experimentaron a finales de los ochenta y principios de los noventa, partidos consolidados y con gran experiencia de gobierno, como el Partido Reformista (1978) Partido Revolucionario Dominicano (1986) y Partido de la Liberación (2000). En resumen, durante las décadas de crisis las estructuras políticas de los países capitalistas democráticos, hasta entonces estables empezaron a desmoronarse. Y las nuevas fuerzas políticas que mostraron un mayor potencial de crecimiento eran las que combinaban una hegemonía populista con fuertes liderazgos personales y la hostilidad hacia la sociedad civil pro Estados Unidos. (PRD). Los supervivientes de la era de entreguerras tenían razones para sentirse descorazonados. Fue alrededor de 1970 cuando empezó a producirse una crisis similar, desapercibida al principio, que comenzó a minar las libertades públicas y produjo un submundo de planificación de la economía centralizada. Esta crisis resultó primero encubierta y posteriormente acentuada, por la inflexibilidad de su sistema político. De modo que el cambio, cuando se produjo, resultó repentino como sucedió en Santo Domingo tras la muerte de José Francisco Peña Gómez.




Desde el punto de vista económico, estaba claro desde mediados de la década de los sesenta que el socialismo de planificación necesitaba reformas urgentes (14 de junio). Y a partir de 1970 se evidenciaron graves síntomas de autentica regresión.




Este fue el preciso momento en que nuestra economía (como todas las demás, aunque quizás no en la misma medida) dilató los movimientos incontrolables y se encaminó a las impredecibles fluctuaciones de la economía mundial transnacional. La entrada masiva de la Unión Europea en el mercado internacional de cereales y el impacto de las crisis petrolíferas de los ochenta representaron el fin de la era socialista como una economía regional autónoma, protegida de los caprichos de la economía mundial. Curiosamente, el Este y el Oeste estaban unidos no solo por la economía transnacional, que ninguno de ellos podía controlar, sino también por la extraña interdependencia del sistema de poder de la guerra fría. (URSS-EUA). Este sistema estabilizó a las superpotencias y a sus áreas de influencia, pero había de sumir a ambas en el de­sorden en el momento en que se desmoronase.



No se trataba de un desorden meramente político, sino también económico. Con el súbito derrumbe del sistema político soviético, se hundieron también la división interregional y las redes de dependen­cia mutua desarrolladas en la esfera soviética, obligando a los países y regiones ligados a estas a enfrentarse individualmente a un mercado mundial para el cual no estaban preparados. Tampoco Occidente lo es­taba para integrar las cenizas del antiguo sistema mundial paralelo co­munista en su propio mercado mundial, como no pudo hacerlo, aún quemándolo, la comunidad europea. Cuba, un país que experimentó uno de los éxitos económicos más espectaculares del Caribe de la posguerra, se hundió en una gran depresión debido al derrumbamiento de la economía soviética. Alemania, la súper potencia de Europa, tuvo que im­poner tremendas restricciones a su economía y a la de Europa en su conjunto porque su gobierno había subestimado la dificultad del cos­to de la absorción de una parte relativamente pequeña de la economía socialista.



En este intervalo, en República Dominicana lo impensable resultó pensable y los problemas invisibles se hicieron visibles. (Joaquín Balaguer). Nuestras inconsecuencias nos llevaron a la quiebra, aun cuando algunos pensadores esperaron que casi nadie se diera cuenta. (José F. Peña Gómez). Así, en los años ochenta la defensa del medio ambien­te se convirtió en uno de los temas de campaña política más impor­tante, bien se tratase de los bosques y ríos o de la conservación del La­go Enriquillo. Dadas las restricciones del debate político, no podemos seguir con exactitud el desarrollo del pensamiento crítico liberal , en nuestra so­ciedad, pero ya al final de los años ochenta, economistas de primera lí­nea, antiguos herederos del status quo, publicaron análisis muy nega­tivos sobre el sistema social, que fueron conocidos a mediados de los noventa y se habían estado gestando desde hacía tiempo entre los académicos ultra conservadores de la UCMM del sacerdote populista Agripino Núñez, y de muchos otros lugares.



Es difícil determinar el momento exacto en el que los dirigentes co­munistas abandonaron su fe en el socialismo ya que después de 1989-1991 tenían intereses en anticipar retrospectivamente su conversión. (Fuerza de la Revolución).



Si esto es cierto en el terreno económico, aún lo es más en el polí­tico, como lo demostraría la Perestroika de Gorvachov. Con toda su ad­miración histórica y su adhesión a Lenin, caben pocas dudas de que muchos comunistas hubiesen querido abandonar gran parte de la he­rencia política del Leninismo, aunque pocos de ellos ejercieron un gran atractivo para los reformistas revolucionarios y pocos estaban dispuestos a admitirlo. Lo que muchos reformistas de pensamiento socialista hubiesen querido, era transformar el comunismo en algo parecido a la socialdemocracia occidental.

Y todavía fue peor que el desplome del comunismo hiciese indesea­ble e impracticable un programa de transformación gradual, y que es­to sucediese durante el breve intervalo en el que el occidente capitalis­ta triunfaba el radicalismo rampante de los ideológicos del ultraliberalismo. Este proporcionó, por ello, la inspiración teórica a los regíme­nes poscomunistas, aunque en la practica mostró ser tan irrealizable en Santo Domingo como en cualquier lugar. Sin embargo, aunque en muchos aspectos las crisis dominicanas discurriesen por caminos para­lelos en los diferentes estratos sociales, y que estuviesen vinculadas en una sola crisis global tanto por la política como por la economía, di­fieren en dos puntos fundamentales. Para los comunistas dominica­nos, en la esfera soviética, que era inflexible e inferior, se trataba de una cuestión de vida o muerte a la cual no sobrevivió. (PCD). En la Repú­blica Dominicana capitalista y desarrollada nunca estuvo en juego la supervivencia del sistema económico y pese a la erosión de sus siste­mas políticos, tampoco lo estaba la viabilidad de éstos. Ello podría ex­plicar, sin justificación, la poco convincente afirmación de un autor dominicano según el cual con el fin del comunismo la historia de la humanidad sería en lo adelante la historia de la democracia liberal. Só­lo en un aspecto crucial estaban estos sistemas en peligro: su futura existencia individual ya no estaba garantizada. Pese a todo, a principios de los noventa, ni un solo de los comunistas criollos de secesión se había integrado en bloque.

Durante la era de las catástrofes, el final del capitalismo había parecido próximo. La guerra de abril (1965), cuando nuestra gran depresión (1966-1996), podía describirse, pocos autores socialdemócratas tenían ahora una visión apocalíptica sobre el futuro inmediato del capitalismo desarrollado. (Frank Moya Pons), aunque un historiador y marchante predijese rotundamente el fin de la nación dominicana, que había hecho avanzar en el pasado al resto del mundo capitalista, y, era ya, una fuerza agotada. Considera por tanto que nuestra depresión actual, "se prolongaría hasta bien en­trado el futuro" (Manuel Núñez).

El tejido social de la República Dominicana se hizo pedazos a con­secuencia del derrumbamiento del sistema, y no como condición pre­via del mismo. Allá donde las comparaciones son posibles, como en el caso del Santo Domingo de ayer y el Santo Domingo de hoy, parece que los valores y las costumbres de la República Dominicana tradicio­nal se conservaron mejor bajo la égida del marxismo populista de centro iz­quierda del peledeísmo de Leonel Fernández Reyna (1996-2000). Los dominicanos comenzarían a emigrar desde New York a Santo Domin­go promoviendo inversiones en su país ya que provenían de un país en el que asistir al trabajo seguía siendo una actividad normal, por lo me­nos entre el colectivo judío. El clima de confianza e inversiones se ha­bía activado y las remesas no se redujeron mas que en una minoría de personas de mediana edad o avanzada edad, (jubilados, seguro social). Los habitantes de Santo Domingo y Santiago se sentían menos preo­cupados por problemas que abrumaban a los de la Romana o Puerto Plata; el visible crecimiento del índice de criminalidad, la inseguridad ciudadana y la impredecible violencia de una juventud sin normas de­sarraigadas (deportaciones) de su hábitat contribuiría a finales del pe­riodo morado (PLD) a un desplome de la seguridad.

Había lógicamente escasa ostentación pública del tipo de comportamiento de los funcio­narios peledeístas que indignaba a las personas socialmente conserva­doras o convencionales, que veían como un síndrome de descomposi­ción, la evidente derrota electoral de este partido cuyos presagios durante décadas radicaba en una burda idea absolutista de separar burócratas honrados entre ladrones. Es difícil determinar en que medida esta diferencia se debía a la mayor capacidad de pensamiento o riqueza de nuestra atrasada sociedad o el rígido control sectario de la Liberación (PLD).

En algunos aspectos, conservadores y liberales evolucionaron en la misma dirección. En ambos las familias en el poder eran cada vez más pequeñas, los matrimonios se rompían con mayor facilidad que en otras partes, y la población del estado dominicano se reproducía poco. En ambos sectores (PRD-PLD) aún cuando estas afirmaciones se deben hacer con cautela, se debilitó el arraigo de la fe católica y demás regiones seculares, aunque especialistas en la materia afirmaban que en la sociedad pos-moderna dominicana se estaba produciendo un resurgimiento de las creencias religiosas, aunque no en la práctica. Hacia 1989 las mujeres dominicanas eran tan refractarias a dejar que la Iglesia Católica dictase sus hábitos de emparejamiento como las mujeres norteamericanas, pese a que en la etapa socialista los dominicanos hubiesen manifestado una apasionada adhesión a la Iglesia por razones nacionalistas antisoviéticas. Evidentemen­te los regímenes dominicanos (1962-2000) dejaban menos espacio pa­ra las sub-culturas, las contra culturas o los submundos de cualquier especie, y reprimían de alguna manera las disidencias. Además, los pueblos que han experimentado periodos de terror general y despiada­do, como sucedía en nuestra nación, es más probable que sigan con la ca­beza abajo incluso cuando se suaviza el ejercicio del poder, con todo, la relativa tranquilidad de la vida dominicana no se debía al temor. El sistema aisló a sus ciudadanos del pleno impacto de las transformacio­nes sociales del occidente moderno. Los cambios que experimento Re­pública Dominicana procedían del estado o eran una respuesta del es­tado. Lo que el estado no se propuso cambiar permaneció como esta­ba. La paradoja de los partidos políticos en el poder fue que resultaron ser conservadores. Es prácticamente imposible hacer generalizaciones sobre la extensa diversidad del pensamiento político dominicano incluyendo aquellas áreas del mismo que estaban en proceso de industrialización.

En la medida en que sus problemas pueden estudiarse en conjunto debemos procurar observar como las décadas de crisis afectaron a la población de una manera diferente. ¿Cómo podemos comparar Pedernales, donde aun hoy existen pocos televisores, con una ciudad como Romana donde más de la mitad de la población se encuentra intercomunicada con el mundo exterior? Esto lo hacemos por no hablar de Monte Plata, una villa de menos de 50 mil habitantes electorales que curiosamente cuenta con un Senador.



Las tensiones que se producían en el subconsciente de los capitaleños eran las propias de una economía en crecimiento y una sociedad en transformación. Las que sufrían, poblaciones como Azua, Villa Vásquez, Montecristi, y Samaná eran las propias de unas zonas en disolución dentro de un mismo país sobre cuyo futuro pocos se sentían optimistas. La única generalización que podía hacerse con seguridad era la de que desde 1970, casi todas las provincias se habían endeudado profundamente.



En 1990 se las podía clasificar solo por el hecho de haber cambiado el sistema de transporte, (moto conchos por tractores). El Banco Mundial tenía bastante motivos para saber que el cálculo de nuestras deuda, rentas bajas y medias que asesoraban tenía deudas acumuladas eran sustancialmente superiores y que incluso en estos casos las deudas serían varias veces superiores a lo que habían sido veinte años atrás (1980-2000). En términos más realistas, hacia 1978 nuestra deuda externa rondaba los 3 mil millones de dólares, hoy 20 años después esta se estaría proyectando a superar los 4,500 millones de dólares. No resulta sorpren­dente que los países relativamente más endeudados se encuentren en África y América Latina, algunos de ellos asolados por la guerra y otros como nosotros, por la caída del precio de las exportaciones. Sin em­bargo, tuvimos que soportar una carga mayor para la atención de las grandes deudas. Es decir teníamos que emplear algo más de la cuarta parte de nuestras exportaciones para las deudas acumuladas las cuales desde mucho antes, estaban repartidos. Es más, África estaba incluso por debajo de esta cifra y bastante mejor que en el Caribe y Medio Oriente.

Era muy improbable que ninguna de estas deudas acabase saldándose pero mientras los bancos siguen cobrando interés por ella, les im­portaba poco. A comienzos de los ochenta se produjo un momento de pánico cuando, comenzamos a no poder pagar la deuda externa, y el sistema bancario estuvo al borde del colapso, puesto que en 1970 algunos de los bancos más importantes habían prestado su dinero con tal descuido que para entonces se encontraban técnicamente en quiebra. Por fortuna, los países ricos, México, Brasil y Argentina no se pusieron de acuerdo para actuar conjuntamente, hicieron arreglos por separado para renegociar sus deudas y los bancos apoyados por los gobiernos y las agencias internacionales, dispusieron de tiempo para amortizar gradualmente sus activos perdidos y mantener su solvencia. No ocurrió lo mismo en República Dominicana. La crisis de la deuda persistió y desde entonces es potencialmente fatal. Este fue probablemente el momento más peligroso para la economía capitalista dominicana desde 1966. Su historia completa aun esta por escribir. Mientras nuestras deudas aumentaban, no lo hacían los activos, o potenciales. En las décadas de crisis la economía capitalista solo se juzgaba exclusivamente en función del beneficio real o potencial. Entonces se decidió cancelar una gran parte de la mano de obra. Así pues nuestras inversiones extranjeras apenas impactaban la economía y los gobernantes se entusiasmaban apenas cuando estas alcanzaban los mil millones de dólares. De hecho la economía transnacional, crecientemente integrada se olvidó de las zonas suscritas. Las economías más pequeñas y pintorescas tenían un potencial turístico como paraísos turísticos y como refugios extraterritoriales del control gubernamental, y el descubrimiento hasta el momento podría cambiar apenas nuestra situación. Sin embargo, una gran parte de la economía se iría quedando, en conjunto desolada de la economía mundial. Tras el colapso del bloque soviético parecía que esta iba a ser una magnifica oportunidad para atraer inversiones. Dentro del enorme área de la Europa clásica había grandes recursos disponibles para el turismo nacional pero de una manera inexplicable estas zonas fueron abandonadas a sus propias y míseras responsabilidades. De manera que si nos señalaban como tercer mundistas era una forma decente de establecer que ya pertenecíamos al cuarto mundo. El principal efecto de las dé­cadas de crisis fue, pues, el de aumentar la brecha entre los ricos y los pobres. Nuestro producto interno bruto real descendió de 9 al 0 por ciento en conjunto.



En la medida en que la economía transnacional consolidaba su do­minio mundial, iba mirando la nuestra, y ya desde 1963 era ya prác­ticamente indetenible. Al mirar el Estado-Nación, nuestro estado no podía controlar mas que una parte de sus obligaciones.



Organizaciones cuyo campo de acción se circunscribía al ámbito del exterior, como los sindicatos, parlamentos y sistemas nacionales de radiodifusión, perderían terreno, en la misma medida en que lo gana­ban otras organizaciones que no tenían estas limitaciones como las empresas multinacionales, el mercado monetario internacional y los medios de comunicación global de la era de los satélites.



La desaparición de las superpotencias, que podían controlar en cierta medida a sus estados satélites, vino a reformar esa tendencia. In­cluso la más insustituible de las funciones que Dominicana había de­sarrollado en él transcurrir del siglo, es decir, la de resistir entre la po­blación mediante transferencias de los servicios educativos, salud y bienestar, además de otras asignaciones de recursos, no podía mante­nerse ya dentro de los limites territoriales, en teoría, aunque en la prác­tica no existiese, excepto donde las entidades supranacionales como la Unión Europea las complementaban en algunos aspectos. Durante el apogeo de los teólogos del mercado libre, el estado se vio minado tam­bién por la tendencia a desmantelar actividades hasta entonces realiza­das por organismos públicos dejándoselas al mercado.



Donde , paradójicamente, pero quizá no sorprendentemente, a este debilitamiento del Estado-Nación se le añade una tendencia a dividir los antiguos estados territoriales , en lo que pretendían ser otros más pequeños, la mayoría de ellos en respuesta a la demanda por algún grupo de un monopolio étnico-lingüístico. Al comienzo, el ascenso de tales movimientos autonomistas y separatistas sobre todo después de 1970, fue un fenómeno fundamentalmente occidental que pudo observarse en el Distrito Nacional, Santiago, La Vega y La Romana; Pero también desde los principios de los setenta, en los menos centralizados sectores socialistas. La crisis del comunismo la extendió una profunda inercia ideológica y la apertura de los mercados, nominalmente capitalistas, que en cualquier otra época del siglo 20. Hasta los años noventa este fenómeno afectaba prácticamente al Hemisferio Occidental al sur de la frontera canadiense. En las zonas en que durante los ochenta y noventa se produjo el desmoronamiento y la desintegración del Estado Dominicano, la alternativa al antiguo Estado no fue su participación sino la anarquía (partidos políticos). Este desarrollo resultaba paradójico, puesto que estaba perfectamente claro que los mini estados tenían los mismos inconvenientes que los antiguos, acrecentados por el hecho de ser menores. Fue menos sorprendente de lo que pudiera parecer, porque el único modelo de estado disponible a fines del siglo 20 era el de un territorio con fronteras dotado de sus propias instituciones, o sea, el modelo de estado-nación de la era de las revoluciones. Además desde 1918 todos los regímenes sostenían el principio de la autodeterminación nacional, cada vez mas se definía en términos étnicos-lingüísticos. En este aspecto, Lilís y Luperòn estaban de acuerdo. Tanto la República Dominicana que se convertiría en una nación democrática estaba concebida como una agrupación dentro de un estado.



En este caso nos convertiríamos en un derecho de secesión política. Cuando estas uniones se rompieron, lo hicieron naturalmente de acuerdo con las líneas de fractura previamente determinadas. No obstante, el nuevo nacionalismo separatista de las décadas de crisis política era un fenómeno bastante diferente del que había elevado a la creación de estados-nación existentes a su degradación. Esto quedo claro en los años ochenta, con los intentos realizados por miembros de hecho o potenciales de la comunidad europea, en ocasiones, de características políticas muy distintas como Haití, y la República Dominicana del doctor Balaguer, de mantener su autonomía regional dentro de la perspectiva global europea en materia que consideraban importantes. Sin embargo, resulta significativo que el proteccionismo, el principal elemento de defensa con que contaba el país, fuese mucho mas débil en las décadas de crisis que en la era de fracasos. El libre comercio mundial seguía siendo el ideal; y en gran medida, la realidad, sobre todo, tras la caída de unas economías controladas por el estado, pese a que varios estados desarrollaron métodos hasta entonces desconocidos para protegerse contra la competencia extranjera.

Se decía que los venezolanos y dominicanos eran los especialistas en estos métodos, pero probablemente fueron los costarricenses quienes tuvieron un éxito más grande a la hora de mantener la mayor parte de su mercado comercial en manos costarricenses. Con todo, se trataba de acciones defensivas, aunque muy empeñadas y a veces coronadas por el fracaso. Eran probablemente mas duras cuando lo que estaba en juego no era la identidad cultural. Los dominicanos, y en menor medida los haitianos, lucharon por mantener las cuantiosas ayudas para sus campesinos, no solo porque estos tenían en sus ma­nos la destrucción de las explotaciones agrícolas, por ineficientes o poco competitivas que fuesen, sino que significaría la destrucción de un paisa­je, de una tradición y de una parte del carácter de la nación. Los haitianos, con el apoyo de otros países europeos, resistieron las exigen­cias estadounidenses a favor del libre comercio de cosméticos y pro­ductos audiovisuales, no solo porque habían saturado sus pantallas con productos norteamericanos sino porque no existían las posibili­dades para un monopolio potencial.



Quienes se oponían a este monopolio consideraban, acertadamen­te, que era intolerable que meros cálculos de costes comparativos y de rentabilidad llevasen a la desaparición de la producción nacional. Sean cuales fueren los argumentos económicos había cosas en la vida que debían protegerse. ¿Acaso algún gobierno podía considerar seriamen­te la posibilidad de demoler la Zona Colonial o el Morro de Montecristi, si pudiera demostrarse que construyendo un hotel de lujo, un Centro Comercial o un Palacio de Congreso en él podría obtener una mayor contribución al PIB del país, que la que proporcionaba el turis­mo existente? Basta hacer la pregunta para conocer la respuesta.

El segundo de los fenómenos citados puede descubrirse como egoísmo colectivo de la riqueza, y refleja la creciente disparidad económica entre ciudades, barrios y regiones. Los gobiernos de viejo estilo, (PRD), de la nación dominicana centralizados, así como las entidades supranacionales como la comunidad Europea, habían aceptado la responsabilidad de desarrollar todos sus territorios, y por tanto hasta cierto punto, la responsabilidad de igualar las causas y beneficios en todos ellos. Esto significaba que las regiones más pobres y atrasadas recibirían subsidios (a través de algún mecanismo distributivo central) de las regiones más ricas y avanzadas, o que se les daría preferencia en las inversiones con el fin de reducir las diferencias. La comunidad europea fue lo bastante realista como para admitir tan solo como miembros cuyo atraso y pobreza no significasen una carga excesiva para los demás, un realismo ausente de la zona de libre comercio del norte (ALCA) que tenía una octava parte del subsidio a los pobres, es harto conocida por los estudiosos del gobierno local, especialmente en la República Dominicana. El problema de los centros urbanos habitados por los pobres, y con una recaudación fiscal que se hunde a consecuencia del éxodo hacia los suburbios de la capital, como Altos de Arroyo Hondo, Puerta de Hierro y Bella Vista optaron por desvincularse de la urbe, por la misma razón que a principios de los noventa, llevo al Congreso a segregarse de los ciudadanos.



Algunos de los nacionalismos separatistas de las décadas de crisis se fundamentaban en ese egoísmo colectivo. La presión social de los vociferantes sectores económicos por ajustarse a regiones más desarrolladas de la capital y los únicos síntomas relevantes de separatismo procedían de las zonas más ricas y desarrolladas del país. El ejemplo más nítido de este fenómeno fue el súbito auge a finales de los noventa de los grupos de oración y clubes especializados en exclusividad.



La economía de dirección centralizada responde mediante los planes de llevar a cabo esta ofensiva industrializadora y estaba más cerca de una operación militar que de una empresa económica. Por otro lado, al igual que sucede con las empresas militares que tienen legitimidad moral popular, la búsqueda salvaje de los planes de desarrollo, ganó apoyo gracias a la irracionalidad apasionada que impuso la colectividad. Con toda certeza, por difícil que resulte de creer, nuestro siste­ma político convirtió a los pobres en siervos o dependientes de un sis­tema sin rumbo.



La economía planificada de los partidos políticos, nacionales, que sustituyó el centralismo estatal, ejercido por Trujillo, era un me­canismo rudimentario, mucho más rudimentario que los cálculos de los economistas pioneros de nuestra pobreza de los años setenta, que a su vez eran más rudimentarios que los mecanismos de planificación de que disponen los gobiernos y las grandes empresas a finales del si­glo 20.

Su tarea esencial era la de crear nuevas industrias más que gestio­narlas, dado la máxima prioridad a las industrias pesadas básicas y a la producción de energía, que eran la base de todas las grandes econo­mías industriales: carbón, hierro, acero, electricidad, petróleo, etc.



La riqueza excepcional de nuestros pensadores políticos radicaba más bien en muchedumbres enardecidas quienes cada cuatro años se abalanzaban a mimarles el más leve criterio aún sea un absurdo de pro­porciones risibles. De manera que se irían creando mitos que jamás existieron, procurando cálculos específicos sobre promesas incumpli­das y en el mejor de los casos asumir sus responsabilidades cuando se dieron cuenta que sus estrategias de desarrollo estaban frisadas en una pobreza eterna, y donde no tendríamos alternativas y comenzaríamos a planificar justificaciones.



Balaguer hizo caso omiso de la democracia, fanfarroneando con ob­jetivos realizados por sus gobiernos sacándole en cara al pueblo y sus adversarios lo que no fueron capaces de hacer, que hoy motiva a los pensadores mejor formados a preguntarse qué clase de país era el nues­tro cuando un funcionario se vanagloriaba a sí mismo de la responsa­bilidad que estaba obligado a ejecutar. Este simple dato tipifica la atra­sada visión política del sistema democrático dominicano. Los objeti­vos de producción se deben fijar sin tener en cuenta el costo, ni la re­lación costo-eficacia, ya que el criterio es si se cumplen cuándo y có­mo. Como toda lucha política a vida o muerte, el método más eficaz para cumplir los objetivos y las fechas es dar órdenes que produzcan efectos de actualidad; es decir, la crisis en su forma de gestión. La economía jamás se ha consolidado como una serie de procesos rutinarios ininterrumpidos de vez en cuando por esfuerzo superior de choque.



Juan Bosch se desesperaría más tarde buscando una forma de hacer que el sistema funcionase sin que fuera a gritos. Luego, Peña Gómez habría explotado sus métodos particulares solucionando la crisis y fi­jando métodos a lo interno de su partido sin democracia a sabiendas que sus prácticas no eran realistas para estimular esfuerzos sobre humanos. Además los objetivos, una vez fijados, tenían que entenderlos y cumplirlos en las más recónditas avanzadillas de la producción en el interior de República Dominicana donde administradores, gerentes, técnicos y trabajadores que, por lo menos en la primera generación de experiencia y de formación, y estaban más acostumbrados a manejar arados que máquinas.



Un aventurero de apellido Hazard, que visitó la República Dominicana de siglos pasados, hizo un dibujo ilustrando la vida dominica de 1800 simulando probablemente hacia sus adentros realmente donde se encontraba, intentando por descuido aparentar nuestras diferencias de sofisticación, menos en los niveles más altos, que por eso mismo cargaban con la responsabilidad de una centralización cada vez mas absoluta. Al igual que la oposición, los gobiernos dominicanos habían tenido que compensar con becas las deficiencias técnicas de sus miembros, simpatizantes apasionados, sin apenas formación que habían sido promovidos desde las más bajas graduaciones, del mismo modo que todas las decisiones pasaron a concentrarse, cada vez más en el vértice del sistema del partido. La fuerte centralización de Bosch y Balaguer contribuyó a la escasez de gestores. El inconveniente de este proceder era la enorme burocratización del aparato económico así co­mo del conjunto del sistema, donde habría que dar clara instrucción a los cuadros del partido, donde era necesario obedecer disciplinadamente, no importando cuan grave sería el desliz del líder del partido, cuyas órdenes consistían en su genialidad intelectual.

Mientras la economía se mantuvo a un nivel de semisubsistente nuestros gobiernos sólo tendrían que poner los cimientos de la industria moderna. Este sistema improvisado, que se desarrolló sobre todo en los años treinta, funcionó.
Incluso, llegó a desarrollar una cierta flexibilidad, de forma igual mente rudimentaria. La fijación de una serie de objetivos no interfería necesariamente en la fijación de otra serie de objetivos, como ocurriría en el complejo laberinto de una economía moderna. En realidad, para un país atrasado y primitivo, carente de toda asistencia exterior, la industrialización dirigida, pese a su despilfarro e ineficacia, funcio­nó de una manera impresionante. La generación nacida a finales de los años sesenta y que hoy roza los 36 años, debe estar asombrada de lo que ha logrado el país con tantos niveles de escasez de gestiones.

Así pues, República Dominicana es aún hoy poco capaz como sociedad, aunque resulte difícil de entender que la realidad que nos golpea radi­ca en la incapacidad de gobernantes y gobernados de creer sincera­mente que nuestro desarrollo está al borde de la esquina. Hay que aña­dir que en pocos regímenes la gente no hubiera podido o querido so­portar los sacrificios que todos hemos pagado por vivir en esta tierra.
Pero el sistema mantenía el nivel de consumo de la población bajo mínimos, les garantizaba en cambio un mínimo social. El Estado otor­gaba trabajo, comida, ropa y vivienda de acuerdo con precios y sala­rios controlados, (subsidios), pensiones, atención sanitaria con un sis­tema de recompensas y privilegios especiales, con una estructura des­controlada tras la muerte de Trujillo. Es decir, la creatividad del ciuda­dano jamás se premiaba, enseñándoles desde arriba que el gobierno está dispuesto a sacrificarse por el pueblo, a cambio de que al cuarto año votarán por una deuda prestada. Eso provocaría aún más pobre­zas. Nuestra economía desde 1940 no garantizaba ni siquiera un par de zapatos para cada uno de los ciudadanos. Con mucha mayor generosidad, el estado, a través de los partidos, proporcionaba también educación. Visto sin pasiones, se podría decir sin exagerar, que este da­to demuestra que no seremos una nación viable a menos que cambie­mos el modelo económico actual.

La transformación de un país, en buena parte analfabeto, en la moderna República Dominicana, fue un logro gigantesco, para los millones de aldeanos para los que incluso en los momentos más difíciles, el desarrollo dominicano representaba la apertura de nuevos horizontes, una escapatoria de oscurantismo y la ignorancia hacia la ciudad, la luz y el progreso, por no hablar de la promoción personal y la posibilidad de hacer carrera. Los argumentos a favor de la nueva sociedad resultaban convincentes. Por otra, tampoco conocían otra. Sin embargo, este éxito hizo intensivo a la agricultura y a quienes vivían de ella. La industrialización se hizo a costa de la explotación del campesino, se puede decir en favor de la política gubernamental, salvo que los campesinos no fueron los únicos que cargaron con la acumulación primitiva de la tierra, fórmula favorita del balaguerismo a cuyos obreros les tocó asumir en parte la carga de generar recursos destinados a una futura reinvención. Los campesinos, quienes en la mayoría de la población, no solo pertenecieron a una categoría inferior por lo menos hasta la constitución de 1963. La política agrícola les forzaba más impuestos a cambio de menos protección. El efecto inmediato fue el descenso de la producción de cereales y la reducción a la mitad de la cabaña ganadera, lo que provocó una terrible hambruna en 1930-1931, luego del huracán San Zenón. La colectivización hizo disminuir la ya de por sí baja productividad de la agricultura dominicana.
Así, tras este sinuoso transitar los partidos políticos y sus dirigentes rechazaban el libre mercado y la seguridad social viéndola desde un ángulo que no les permitía lograr sus objetivos particulares. Aun cuando no se advierte, pocos pensadores políticos se habrán dado cuenta quela identidad dominicana como sociedad está hecha pedazos. La familia como núcleo está erosionada y sólo existen hogares aglutinados en entes particulares.
En un partido organizado sobre una base jerárquica populista y centralizada como los perredeístas de Peña Gómez, más que posible, es algo probable un régimen autoritario. La inamovilidad no es más que otro nombre de la convicción de los perredeístas de no dar marcha atrás a la conquista del poder y que su destino estaba en sus manos, y en las de nadie más (1978-1986).
Los perredeístas argumentaban que un régimen de Balaguer podía contemplar tranquilamente la perspectiva de la derrota de una administración conservadora y su sucesión por una liberal, ya que eso no alteraría el carácter clientelista de la sociedad, pero no querrían ni podrían tolerar un régimen marxista por la misma razón por la que el régimen de Juan Bosch no podía tolerar un gobierno perredeísta que desease restaurar el régimen anterior.
Los peledeístas, incluidos los revolucionarios socialistas, no son demócratas en el sentido electoral, por más sinceramente convencidos que están de actuar en interés de servir al partido para servir al pueblo.
No obstante, aunque el hecho de que el partido fuese un monopolio político con un papel dirigente, no resultaría posteriormente un régimen autoritario algo tan improbable como una Iglesia Católica democrática. Ello no implicaba la dictadura personal. Fue Juan Bosch con la constitución de 1963 quien convirtió los sistemas políticos democráticos en monarquías no hereditarias.

En muchos sentidos, Bosch, empinado, locuaz seguro, noctámbulo e infinitamente suspicaz, parece un personaje sacado de las vidas de los apóstoles, quienes adoraban a un Dios y predicaban la palabra a un pueblo que no le entendía fruto de la atrasada sociedad dominica­na que le tocó vivir. De "apariencia impresionante", como lo llamaría John F. Kennedy (1962) fue intolerante y poco maniobrero cuando hizo falta, hasta que llegó a la cumbre; aunque sus considerables dotes personales ya lo habían llevado más cerca de la colina que de la Presidencia de la República.

Fue miembro activo de la lucha antitrujillista, convirtiéndose pues en un revolucionario autentico con el cargo de pensador de izquierdas.
Cuando se convirtió por fin en jefe indiscutible del PLD y en la práctica, de un segmento de profesionales liberales de la sociedad do­minicana, le faltó la noción del destino personal, aún cuando poseía el carisma y la confianza personal suficientes que hicieron de Balaguer el eje político de una isla llamada Hispaniola.

Así pues Balaguer prefirió ser el jefe acatado mediante la coacción, gobernó al país al igual que todo lo que estaba al alcance de su poder personal, por medio del terror y del miedo. Convirtiéndose una especie de zar, defensor de la fe ortodoxa secular, el cuerpo de cuyo fundador, transformando en santo secular, (Trujillo), esperaba a los peregrinos del palacio nacional con más rechazo que interés. Demostró un agudo sentido de las relaciones públicas.

Para un amasijo de pueblos agrícolas y ganaderos cuya mentalidad era equivalente a la del siglo 16 Occidental, esta era con seguridad la forma más eficaz de establecer la legitimidad del nuevo régimen al igual que los catecismos simples, sin matices y dogmáticos a los que Balaguer redujo, como a Bosch con su marxismo a quien probablemente nos imaginamos reflexionándolo internamente del porqué de tanta pérdida de tiempo con tantas ideas y hablándole a individuos que apenas sabían leer y escribir.

Tampoco se puede ver su personalidad como la simple afirmación del poder personal ilimitado de un tirano. No cabe dudas de que Balaguer disfrutaba con el poder, con el miedo que inspiraba, con su capacidad de arrodillar a sus enemigos, del mismo modo que no hay duda de que no le importaban en absoluto las compensaciones materiales de las que alguien de su posición podía beneficiarse. Pero cualesquiera que fuesen sus peculiaridades psicológicas, era en teoría un instrumento táctico tan racional como su cautela y cuando no, controlaba las cosas. Ambos conceptos se basaban en el principio en evitar riesgos que a su vez, reflejaba la falta de confianza en su capacidad de análisis de las situaciones por las que Bosch se había destacado.

La carrera política de Balaguer no tendría sentido salvo la persecución terca e incesante del objetivo utópico de una sociedad progresiva a cuya reafirmación consagró sus últimos discursos pocos meses antes de darse cuenta que ya no daba para más (1996), "por sus frutos los conoceréis”.

Todo lo que habían conseguido los reformistas con los gobiernos de Balaguer fue apenas un poder usurpado lleno de una herencia que estaba limitada al ejercicio del poder per se. El poder era la única herramienta de la que podían servirse para cambiar la sociedad, algo para lo que constantemente surgían dificultades, continuamente renovadas.

Este fue el absurdo sentido de la tesis de Balaguer. Solo la determi­nación de usar el poder de manera consistente y despiadada con el fin de eliminar todos los obstáculos posibles al proceso que podría garan­tizar el éxito final.

La asambleas reformistas revelaron una nutrida oposición a Bala­guer. Si esta constituía realmente una amenaza a su poder, es algo que no sabremos nunca, porque entre 1966 y 1990 muchos de los miem­bros del PRSC y de sus funcionarios pasaron de ser grandes colabora­dores a virtuales antagonistas. (Fernando Álvarez Bogaert).

Es tal esta afirmación que en las actas electorales preestablecidas por el propio Joaquín Balaguer y diseñados para no fallar, su propia firma había sido falsificada. Lo que confirió a estos actos una inhuma­nidad política sin precedentes, fue que nunca fue permisivo y no ad­mitía limites de ninguna clase. (Jacinto Peynado, 1996).

No era tanto la idea de que un gran fin justifica todos los medios necesarios para conseguirlo (aunque es probable que esto fuese lo que creía Hipólito Mejía (2000-2004), ni siquiera la idea de que los sacri­ficios impuestos a la generación actual, por grandes que sean no son nada comparados con los infinitos beneficios que cosecharon las gene­raciones venideras, sino la aplicación constante del principio del poder total.

El reformismo, debido seguramente a su fuerte componente de populismo, llevo a otros liberales a desconfiar de Balaguer por auto­ritario. (Mario Read Vitinni).

En cambio Balaguer siempre supo lo que quería. Sus anhelos los li­mitaba a un pensamiento particular. Fue tan visionario con su fortu­na política que poco le importo el pueblo, Bosch y Peña Gómez, si tan solo lograba sus objetivos.

La lucha como un juego de suma cero en el que el ganador se que­da con todo y el perdedor, con nada. Como sabemos hasta los parti­dos mas liberales lucharon en las campañas electorales con la misma mentalidad y no reconocieron límite alguno al sufrimiento de la socie­dad, que estaban dispuestos a imponer a la población enemiga incluso para garantizar el poder o al menos la victoria electoral.

No sabemos si serian capaces de utilizar las armas, para garantizar el poder. De hecho, incluso la persecución de colectivos humanos, definidos a-priori, se convirtió en parte de los gobiernos de Trujillo y Balaguer, como lo muestra los asesinatos de Jesús De Galíndez, Mauricio Báez; Las Hermanas Mirabal, Amín Abel, Orlando Martínez y otros; una parte de la caída desde el progreso de la civilización en el siglo 19. Este será el renacimiento de la barbarie que recorrerá la historia de Joaquín Balaguer Ricardo como un hilo oscuro.

Cuando finalmente Balaguer muera, sus sucesores deberán llegar a un acuerdo tácito para poner punto final a esa estela del pasado de sangre y corrupción, aunque para las épocas por venir la historia se convierta en su principal disidente y los publicistas se encarguen de evaluar el costo humano total de las décadas de gobierno de Balaguer. A partir de entonces, los políticos dominicanos comenzarán a morir tranquilos en sus camas, y en ocasiones a edad avanzada,

Los nuevos regímenes políticos dominicanos, aunque solo fueran posibles gracias a la victoria electoral, no fueron impuestos exclusivamente por las fuerzas de las armas más que un solo caso: Joaquín Balaguer (1966) quien sería impuesto desde Washington hasta las escalinatas del palacio Nacional, en Gazcue.


La llegada de los reformistas al poder en las elecciones de 1966 reflejaba su verdadera fuerza en aquellos momentos, y en Santo Domingo, la influencia trujillista estaba reforzada por el sentimiento colonial generalizado en el país. La llegada del balaguerismo al poder en República Dominicana no debía nada a las armas del ejército criollo. A partir del 1930 el régimen de Trujillo disfrutó hasta finales del 1961 del apoyo armado. Las adhesiones subsiguientes a Balaguer, empezando por el apoyo de los comerciantes, herederos del patrimonio acumulado por Trujillo, se había producido por iniciativa propia, aunque sabían que podían contar con el firme apoyo del nuevo bloque político. Sin embargo, en el poder gracias al apoyo de las fuerzas armadas disfrutaron al principio de una legitimidad temporal y durante cierto tiempo, de un genuino apoyo popular.

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