
CAPITULO II
Es notable que en una época de crecimiento económico espectacular y de carestía cada vez mayor de mano de obra, y en un mundo occidental tan consagrado al libre mercado en la economía, los gobiernos se resistiesen a la libre inmigración y, cuando se vieron en el trance de tener que autorizarla, la pusieron difícil. En muchos casos, a los inmigrantes procedentes de países menos desarrollados, solo les daban permisos de residencias condicionales y temporales, para que pudieran ser repatriados fácilmente, aunque la expansión de la Unión Europea, con la consiguiente inclusión de países con saldo migratorio negativo, lo dificultó. La inmigración era un tema político tabú, en las décadas difíciles del nacional socialismo de entre 1930-1961, que conduciría a un acusado aumento público de la xenofobia. Sin embargo, durante la guerra fría la economía siguió siendo más internacional que transnacional. El comercio recíproco entre países era cada vez mayor. Pero aunque las economías industrializadas comprasen y vendiesen cada vez más producto de unas y otras, el grueso de su actividad económica continuó siendo el monopolio doméstico. No obstante, empezó a aparecer, sobre todo a partir de los años ochenta y noventa una economía cada vez más transnacional, es decir, un sistema de actividades económicas para las cuales los estados y sus fronteras no son la estructura básica, sino meras complicaciones. La economía capitalista global no tiene una base democrática o unos limites concretos y más bien restringe las posibilidades de desarrollo social de las economías débiles. Esto demuestra con mayor claridad el modo en que la economía neoliberal escapo a todo control nacional o de otro tipo. Al final todos los gobiernos acabaron por ser victimas de los oligopolios que perdieron a su vez el control sobre los tipos de cambios y la masa monetaria. La capacidad de actuar de este modo reforzó la tendencia natural del capital a concentrarse , habitual desde los tiempos de la colonia. Gran parte de lo que las estadísticas reflejan como importaciones o exportaciones es en realidad comercio interno dentro de una entidad transnacional como los monopolios corporativos que operan en toda la isla La Española. En resumen, República Dominicana era más conveniente para las multinacionales, era un mundo poblado por ciudadanos intervenidos o sin ningún estado.
Capitulo II
Capitulo II
LA ERA DE LOS CEREBROS OPTIMISTAS
En un momento determinado del último tercio del siglo la gran desigualdad social que separaba las reducidas minorías gobernantes modernizados u occidentales de nuestro país empezó a colmarse fruto de la transformación general de la sociedad. Aún nuestros reconocidos intelectuales desconocen como ni cuando la pobreza dominicana surgió, ni qué nuevas percepciones creó, o los mecanismos necesarios para efectuar estudios de mercado o de opinión o de departamentos universitarios de ciencias sociales con estudiantes de doctorado a los cuales poder mantener ocupados.
En cualquier caso, lo que sucede con las comunidades de base es que siempre resulta difícil describirlo, incluso en los países más documentados, hasta que ya ha sucedido, lo cual explica por que las etapas iniciales de las nuevas modas sociales y culturales de los jóvenes resultan imprescindibles, y a menudo irreconocibles, incluso para quienes viven a costa de ellas, como quienes se dedicaban a la industria de la cultura popular, e incluso para la generación de los padres. Lo que estaba pasando, más allá de las conciencias de las élites de la sociedad dominicana era el fenómeno de la concientización social, desarrollada instintivamente por cada vez mayor cantidad de dominicanos, cuya actitud reflejaba independencia, aunque hasta entonces fueron colonia, y les pareció necesario ser hostil al Estado que no les facilitaba siquiera educación y que para el ojo de la mayoría de observadores República Dominicana era un país rico mal administrado. Esa mentira, mal interpretada cambiaría de la noche a la mañana cuando los noticieros de televisión y radio informaban al mundo cuales eran nuestras cerradas políticas de aislamiento, generador de nuestra actual pobreza.
Llegados los años sesenta los indicios de una importante transformación social eran ya visibles en el mundo occidental dominicano, e innegables en los suburbios violentos, llenos de miseria donde lo indecible se hace cotidiano.
Paradójicamente en los lugares donde el desarrollo se estancaría corresponde al mundo socialista dominicano, aunque no suele reconocerse, que la revolución comunista fue un mecanismo de conservación, que si bien proponía transformaciones en el modelo económico a favor de la gente, el Estado y la propiedad apenas se congelaron por su forma prerevolucionaria, o en todo caso, los protegió de los cambios subversivos y continuos de las sociedades capitalistas. En cualquier circunstancia , el poder radicaba en el simple poder del Estado oligárquico , ineficaz, lleno de una retórica hueca, haciendo referencias de totalitarismo a cuyos líderes aún hoy les encanta creer. Los romanenses y banilejos están más alfabetizados y secularizados que los fronterizos de Pedernales y Montecristi, pero es probable que sus formas de vida no fuesen diferentes como se podría creer al cabo de ideas socialistas.
Las consecuencias culturales de nuestra transformación social es algo a lo que tendrán que enfrentarse los historiadores.
Está claro que incluso en sociedades muy tradicionales los sistemas de obligaciones mutuas y de costumbres sufrieron tensiones cada vez mayores. La familia dominicana funciona bajo una tensión sistemática. Sus cimientos están debilitados. Es más, a los ancianos del campo y los jóvenes de la ciudad los separan miles de kilómetros de carreteras inservibles y siglos de desarrollo. Políticamente es más fácil evaluar las consecuencias más difíciles del análisis.
Y es que, con la interrupción en masa de esta población, o por le menos de los jóvenes y habitantes de la capital, en el mundo moderno dominicano se desafía el monopolio de reducidas élites que configuran la primera generación de la historia colonial. Un rasgo ascendente y el cual nos pinta de cuerpo entero como sociedad encerrada es reconocer el estatus de una persona por su sonoro apellido, no, solo por distinción sino por diferencia. Además, los programas, ideologías y el propio vocabulario y reducida creatividad de sintaxis de los discursos públicos es una inexplicable y sencilla manera de entender la falta de ciudadanos instruidos, sobre la cual está basamentado el porvenir de la República Dominicana.
Esto se debe a que las masas urbanas o urbanizados, incluyendo la enorme clase media aún fueran cultas, no son, y por su mismo número, miembros de la èlite, cuyos miembros se anillaban para preferir estar al mismo nivel que el español colonizador, o en un caso moderno, situarse al lado de sus estudios realizados en Europa o Norteamérica.
A menudo resulta muy evidente que el pueblo, el ciudadano común se siente resentido con ellos. De manera, que la gran masa de los pobres no comparte la idea de tener fe en ideas que desconocía y por ende prefería aspirar a su propio progreso secular. El conflicto aumentó cuando los antiguos dirigentes dominicanos y la nueva visión global de la democracia se convertía en un manifiesto crítico público, desnudo, y tras de cada palabra existían “truños” comprensibles, pues para un cronista de la actual época resulta risible observar los tropiezos infantiles a los que estaba expuesto el país. Es decir, algunos con acceso a informaciones, reducen a su grado mínimo la generalidad de los ineptos dirigentes quienes pretenden conservar sus vagas ideas sobre conflictos superados.
Un ejemplo de ello, es el nutrido apoyo de un contado exclusivismo nacional impregnado en el conservadurismo de clase. Este conflicto tiene sus raíces en la profunda crisis de la identidad de nuestro pueblo cuyo orden social ha sido reducido a pedazos y el auge del amplio estrato social de jóvenes mejor preparados.
El pueblo transformado por la constante migración del campo a la ciudad, dividido por las diferencias cada vez mayores entre ricos y pobres que creaba la economía monetaria, hostigados por la inestabilidad que provocaba una movilidad social desigual basada en la educación, así como por la desaparición de los indicadores materiales y lingüísticos de castas y nivel que separaban a los dominicanos, pero que no dejaban incógnitas en cuanto a su realidad, viven un estado de ansiedad permanente acerca de su destino. Se han utilizado estos hechos para explicar entre otras cosas, la aparición de nuevos ritos, símbolos e ídolos de comunidades nuevas, como el repentino surgimiento de cultos de Yoga, en los años ochenta, en sustitución de formas seculares y familiares o la institución de jornadas deportivas escolares inauguradas con la presentación del himno nacional, irónicamente en cintas magnetofónicas.
Es por ello que Santo Domingo aun cuando cambia, ese último fenómeno no es vigoroso. Nuestro porvenir es cada vez más inflamable. Nuestra política nacional jamás ha existido, han sido grupos que de alguna manera han entendido el poder y se lo han repartido, conjuntamente, y por tanto no permiten que el sistema funcione. En algunos sectores de la política tradicional donde existe aceptación sustancial de la ciudadanía, la clase política que dirigía sus demandas aún podría mantener cierto grado de continuidad. Los dominicanos siguen siendo tan liberales y conservadores como lo han sido durante un siglo, aunque están dispuestos a discrepar de sus principios e intereses si estos están en juego.
El congreso está dividido, ha cambiado, y se ha reformado en apenas 35 años (1966-2000) pero hasta los años noventa, en República Dominicana, las elecciones generales, con contadísimas excepciones, siguieron ganándolas quienes apelaban a los objetivos y tradiciones históricas, lo cual traduce el atraso del sistema político y social dominicano, encabezado por Joaquín Balaguer. Aún cuando el comunismo se desintegraba en el resto del mundo, la arraigada tradición izquierdista de algunos dominicanos, así como una capacidad competente de sus miembros, mantienen vivas la permanencia de ideas comunistas en Santo Domingo.
Los cambios estructurales podían en sí mismos llevar a la política dominicana por caminos conocidos por ciudadanos del primer mundo. En nuestros países era probable que surgiese una clase industrial que luchase por sus derechos y por la creación de sindicatos como lo demuestra la historia reciente.
No tenían porque parecer partidos políticos y obreros al mismo tiempo, al modo de los movimientos democráticos de la República Dominicana del Caribe de 1930, aunque no deje de ser significativo que se produjeran manifestaciones políticas influyentes en el ámbito nacional, justamente de ese tipo, en los años setenta: el Partido Revolucionario Dominicano (PRD). Sin embargo, la tradición del movimiento obrero en su lugar de origen, era una combinación de un derecho laboral de corte populista con la militancia de obreros comunistas, y la tradición de los intelectuales que acudieron con su izquierdismo sin fisuras, como la era ideológica del clero católico cuyo sostén contribuyó a llevar el proyecto de partido a un buen puerto.
Por otro lado, el rápido crecimiento en la industria tenderá a generar una capa social profesional amplia y cultivada que pasó a no ser subversiva en absoluto; quienes habrían acogido con sumo gusto la liberación de regímenes autoritarios diferentes en la sociedad dominicana.
No obstante, habría amplias zonas del tercer mundo dominicanas donde las consecuencias políticas de la transformación social, era realmente imposible de presidir. Lo que era seguro, era que seríamos inestables e inflamables como lo atestigua el medio siglo transcurrido desde el arribo al poder de Rafael Leónidas Trujillo (1930-1961). La mayor parte de Santo Domingo y Santiago proseguían siendo un modelo de progreso más adecuado y esperanzador que el resto de las urbes rurales.
Cuando hubo pasado las guerras de independencia, restauración primero, y de la guerra civil, después, a principios de los años setenta, y dejó de correr la sangre de los cadáveres y de las heridas, parte de lo que hasta 1970 había sido el sistema político dominicano ortodoxo se mantuvo intacto, pero bajo la autoridad de clanes y consagrado a la construcción de maquinarias electorales. El Partido Revolucionario Dominicano fue el único de los antiguos partidos dinásticos que sobrevivió a la dictadura de Trujillo, que hizo trizas el sistema nacional, cuyo representante de todos los fieles trujillistas mantenía una relación con la iglesia de Roma, Joaquín Balaguer.
Los Partidos políticos emergentes satelitales se desintegrarían bajo el peso de la derrota. Que el PRD sobreviviera como una sola entidad se debió probablemente a la revolución de abril, pues las tensiones que habían acabado con los demás partidos anteriores, aparecieron o reaparecieron en la República hasta finales de los años setenta, cuando el sistema democrático abdicó bajo el régimen de los doce años (1966-1978). Lo que realmente nos trajo el futuro, lo que nació a principios de los años treinta fue un solo estado, muy pobre y atrasado que la República del siglo 19, pero de enormes dimensiones como prefieren presumir los clanes intelectuales izquierdistas en el periodo comprendido entre la guerra civil de 1965 y los períodos de posguerra dedicados a crear una sociedad diferente opuesta al capitalismo.
En 1970 las fronteras de nuestro país hacia el mundo capitalista se ampliaron considerablemente. Europa incluyó la zona comprendida al este, de manera que hasta Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Yugoslavia, Rumania, Bulgaria y Alemania pasaron a la zona socialista, así como la parte ocupada de Alemania, ocupada por el ejército rojo después de la guerra. La mayoría de las ideas progresistas se irían perdiendo como consecuencia de la guerra y la persecución política (1966-1978) y apenas algunos reaparecían en el camino del desarrollo que antes había sido para todos.
Los partidos tradicionales fueron invadidos de seguidores socialistas y lograron legitimidad política cuando comprendieron que todo estaba perdido. La entrada al escenario del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), estructurado sobre bases justificadas como una necesidad de la época , amplió el horizonte de mayor desconfianza para los representantes del estatus quo dominicano. Gracias al enorme pensamiento de Juan Bosch esta entidad política sobrevivió a los embates y agresiones tan comunes en el cerrado sistema de partidos políticos.
Esta era precisamente la parte del Caribe donde el sistema socialista, a partir de un momento determinado de los años setenta, pasó a conocerse bajo la terminología ideológica soviética , como países realmente socialistas, irónicamente un término ambiguo que implicaba o sugería que podían haber otras clases distintas y mejores de socialismo, pero que en la práctica ésta era la única que funcionaba.
Nuestro sistema social y económico, además del régimen político se desmoronaría por completo hacia el tránsito de la década de los años setenta y ochenta, Antonio Guzmán (1978-1982) y Salvador Jorge Blanco (1982-1986).
Nuestros partidos políticos se mantenían, aunque la reestructura económica que emprendieron representaba la liquidación de la democracia tal como hasta entonces la habían entendido los caudillos sobre todo en la decadente clase empresarial. Los regímenes autoritarios desanimados geopolíticamente y que nosotros imitamos o nos inspiramos en ellos ya no les quedaba mucho de vida. Era obvio que lo primero que tuvimos que escribir acerca de la democracia es que durante la mayor parte de su existencia (si que alguna vez existió) formó un subuniverso autónomo y en gran medida autosuficiente política y económicamente.
Las relaciones de nuestros gobiernos contemporáneos con el resto de la economía mundial capitalista o dominada por el capitalismo de los países desarrollados, eran muy escasas. Incluso en el momento culminante de la expansión de el 100 por ciento de las exportaciones de las economías de mercado desarrollado iba a parar a las economías planificadas como la nuestra .
Llegados los años ochenta la proporción de exportaciones hacia la República Dominicana no era mucho mayor. Las economías pobres y dependientes exportaban una parte de sus modestas exportaciones al resto del mundo, pero jamás lograrían crear riqueza interna en sus países; además dos tercios de nuestro comercio internacional en los años 70 y 80 se realizaban en nuestra propia zona. Por razones evidentes hubo pocos movimientos políticos y humanos entre nuestro primer mundo y el segundo aunque algunos comenzarían a fomentar la industria turística a partir de los años ochenta. La emigración y los desplazamientos temporales de nuestros ciudadanos estaban estrechamente vigilados, y a veces eran prácticamente imposibles.
Los sistemas de partidos nacionales eran básicamente imitaciones los cuales no poseían relaciones equivalentes en el mundo. Nuestros políticos basaban su liderazgo en fuertes voluntades y caracteres, un ejemplo de ello fue José Francisco Peña Gómez, quien monopolizaría el poder y gestionaba una planificación centralizada, e impuso por lo menos teóricamente a lo interno de su partido un credo populista a los miembros del PRD. Esto motivaba a la división de clase entre los intelectuales cuyas incomprensiones mutuas poseían el grado de ignorancia para gobernar un país en vías de desarrollo.
Durante largos períodos fue muy poca la información la que sobre nosotros mismos conocería el mundo. Rafael Leónidas Trujillo y Joaquín Balaguer encabezaron ese proyecto de aislamiento, apoyados en principio por los empresarios, militares, iglesia, e intelectuales cuyas generaciones aún mantienen presencia activa en sectores importantes de sus diferentes ramas, lo cual nos presenta como una casta de clase si propósitos más que individuales. A su vez, incluso, a ciudadanos cultos y refinados que no entendieron o se hicieron de la vista gorda, poco les resultaba importante lo que sucede en los sectores marginados de su propio país, debido a que no poseen conciencia de clase.
Además es comprensible que luchen por mantener su pasado, presente sin separar las fortunas mal habidas y rasgos éticos. Conocidos los motivos fundamentales de la separación clasista de los gobiernos y partidos políticos , eran sin duda los residuos de la tiranía. Luego de la revolución de 1965, la izquierda dominicana veía en el capitalismo al enemigo que había que derrotar lo antes posible mediante la articulación del discurso hueco y la revolución urbana.
Los izquierdistas se quedaron aislados, rodeados por una sociedad pobre que deseaba escuchar el aumento de los salarios reales del pueblo, fascinado, por ser parte del sistema político nacional el cual los haría ciudadanos ricos y honorables de la noche a la mañana. Este último rasgo representa una característica oculta que a los conservadores dominicanos les encanta evadir.
Al principio de los años ochenta, República Dominicana quedó aislada, rodeada por un mundo capitalista desarrollado, muchos de cuyos gobiernos deseaban impedir la consolidación de nuestras economías. El mero hecho de que en los años setenta a los dominicanos se les sellara el pasaporte cuando viajaban a Cuba, resultaba una ofensa para los Estados Unidos. Tal es así, que hasta el acontecimiento diplomático de nuestra existencia podría considerarse como un reconocimiento, lo cual demuestra nuestra condición moderna como colonia.
Trujillo, siempre realista, estuvo dispuesto, y hasta ansioso para colaborar con los norteamericanos en principio, a los europeos después, para luego encontrar que no aceptaron su oferta. Así, pues, República Dominicana se vería obligada a emprender un desarrollo autárquico, prácticamente aislada del resto de la economía mundial, que paradójicamente pronto le proporcionaría su argumento ideológico más poderoso: el nacionalismo per se; al parecer inmune a la persecución diplomática que asoló su régimen luego del asesinato de las Hermanas Mirabal.
La política contribuyó una vez más a aislar la economía dominicana en los años treinta y todavía más en los sesenta. La guerra fría congelaría las relaciones, tanto políticas como económicas con los países socialistas. A efectos prácticos, todas las relaciones económicas entre Santo Domingo y las zonas izquierdistas del mundo, aparte de ser triviales o inconfesables, tenían que pasar por los controles estatales impuestos por ambos.
El comercio entre República Dominicana, el bloque socialista y demás países capitalistas estaban en función de las relaciones públicas. No fue hasta los años setenta y ochenta cuando aparecieron indicios de que el universo autónomo del poder político dominicano se estaba integrando en la economía mundial. Las economías de planificación centralizada y las de corte occidental podrían estar estrechamente vinculadas como lo demuestra la apertura hacia Cuba y los países de órbita socialista como lo indicaban nuestras tarjetas de pasaportes hasta 1978.
Este simple dato indicaba que nos estábamos integrando económicamente. Visto en perspectiva, puede decirse que ese fue el principio del final de las ideas socialistas en Santo Domingo. Aún cuando no existe razón teórica por la que la economía, tal como surgió de la revolución en 1965 y las expediciones de Maimón y Estero Hondo, no hubiese podido evolucionar en relación más íntima con el resto de la economía mundial. Los sectores oligárquicos de la República Dominicana, unidos a reaccionarios de la derecha conservadora estaban íntimamente vinculados, como se demuestra, en la sociedad de 1970 , que en un momento determinado obtenían la cuarta parte de sus importaciones y demandas políticas bajo un proteccionismo sin rodeos.
Sin embargo, la República moderna de la cual hablan los políticos con pensamientos nuevos fue la que surgió a partir de 1990 de la cual se ocuparan de hablar los historiadores y por lo cual aún tenemos esperanzas de que podemos existir. El hecho fundamental de que la República Dominicana persista en sus afanes de luchar contra la pobreza significa al menos de que esperamos sobrevivir al aislamiento y fortalece la identidad de algunos idealistas utópicos de que pudiéramos convertirnos en el centro del liderazgo de una economía global en el Caribe.
Ninguno de los partidos políticos nacionales y sus seguidores habían considerado necesaria la economía popular para el establecimiento de una economía de mercado ; que en nuestro país estaban presentes las bases para el desarrollo social y económico. Los lideres y pensadores nacionales marchaban al paso de su propio atraso y veían sólo una masa indigente (pueblo) que le protegía y maldecía cada cuatro años. Los gobiernos dominicanos les interesaban precipitar los estallidos sociales, si partimos de sus ejecutorias cotidianas. Las condiciones previas para la constitución de la democracia no fueron exactamente lo que suponía que iba a ocurrir entre 1966-1967, y lo que parecía justificar la polémica decisión de trazar una estrategia para la conquista del poder de los remanentes de Trujillo, que significó en madres solteras, hijos huérfanos y una economía asistencialista de pobreza.
Los subsidios gubernamentales aumentaron considerablemente los gobiernos de Balaguer (1966-1978) y se dispararían en los gobiernos del PRD, Antonio Guzmán (1978-1982) y Salvador Jorge Blanco (1982-1986). No es ninguna coincidencia que estos gobiernos serán juzgados severamente por los historiadores contemporáneos.
Nuestro Estado se convirtió, por lo tanto, en un programa para enriquecimiento ilícito de los políticos de turno, lo que nos haría atrasados hasta el tope. Por lo tanto, para transformar países atrasados en avanzados es necesario acentuar discursos de campañas alrededor del crecimiento económico carente de un realismo con un sistema de partidos políticos, de castas, sin planificación, y ni siquiera con los recursos humanos calificados. Esto los obliga desesperadamente a recuperar las bases del pueblo de donde provienen. Además, nuestro modelo económico todavía no es el más apropiado para nuestras realidades internas con el resto del mundo, que en su mayor parte aún reconoce la imagen, en el atraso rural de nuestros antepasados.
La fórmula dominicana del desarrollo económico consiste en la construcción ultra rápida de grupos de poder alrededor de los líderes políticos dominantes de los respectivos partidos. Los conceptos de las infraestructuras esenciales para una sociedad industrial moderna desconocidos por la mayoría de candidatos presidenciales y basados en el personalismo y en el mejor de los casos en su manera mejor pensada. República Dominicana no resultaba un modelo atractivo de inversión que Puerto Rico, Jamaica o Cuba por el hecho de ser pobre y tercermundista , sino que a los inversionistas les parece más adecuado invertir su capital privado orientado a una mejor seguridad jurídica por lo menos hacia una ventaja de persecución de beneficios.
La idea de democracia inspiraría a una serie de líderes que acaban de arribar y convertirse en poco tiempo, es lo hoy es la parasitaria clase empresarial dominicana. Rechazaban en público el proteccionismo y los bajos salarios, pero en privado le reprochaban a los gobiernos el pago de impuestos. Eso creó fuga de capitales y una evasión de impuestos que se manifiesta en inestabilidad económica. Luego, al pretender unirnos comercialmente con otros países, la fórmula que habían utilizado para crecer desorbitadamente de manera económica les pareció poco adecuado, debido a que se dieron cuenta del sistema primitivo y agrícola con que contaban en comparación con países globalizados, con capacidad para competir con sus productos internacionalmente.
Este impacto se traduce hoy diariamente e ilustra fehacientemente nuestra desorientación política y económica. La tarea de la construcción del desarrollo les pareció descabellada a los políticos dominicanos quienes no comprendían lo que sucedía en su entorno. A esto se uniría el ritmo avasallante del transporte y la tecnología. Nuestros gobernantes en los períodos de guerra y sobre todo a principios de 1900 emprendieron fórmulas económicas ineficientes. El ritmo de crecimiento de la economía dominicana no superaría las expectativas, salvo cuando en los primeros años creceríamos más de prisa de lo que éramos ayer, hasta el punto de que dirigentes dominicanos creían sinceramente que de seguir la curva de crecimiento al mismo ritmo, nuestra democracia superaría la producción en un futuro inmediato, como lo creían también los economistas de 1970.
Más de un observador económico de origen dominicano de los años sesenta se debe estar preguntando si el desarrollo llegará a ocurrir. Es curioso que en las obras de los más reconocidos intelectuales falte cualquier tipo de discusión acerca de una planificación, que se convertiría en el criterio esencial de la democracia o acerca de una industrialización con prioridad para la producción, aunque la planificación esté implícita en una economía de mercado, pero antes y después de 1930, pensadores políticos y teóricos dominicanos habían estado demasiado tiempo ocupados como para pensar en serio en el carácter de la economía y la democracia, y antes de octubre de 1961 el propio Trujillo, en expresión de su propia cosecha no hizo ningún intento de inventar en lo desconocido. Fue la crisis de la guerra civil lo que nos hizo enfrentarnos directamente con la realidad. La guerra nos condujo a otra aventura y ya para 1970 se organizó la lucha contra el capital extranjero. Nuestra economía de guerra conllevó planificación y economía de Estado. Luego de la guerra de abril, los gobiernos dominicanos , sin excepción , aplicarían el centralismo democrático, y tendían por naturaleza o principio a evadir la gestión privada, asumir la pública y a prescindir del mercado y del mecanismo de los precios, sobre todo porque ninguno de estos elementos resultaba útil para improvisar la organización del esfuerzo nacional para el desarrollo de la noche a la mañana.
Con su habitual realismo, Balaguer introdujo la nueva política económica a partir de 1966, lo que significaba en la práctica el restablecimiento del mercado y suponía una retirada del populismo de guerra al capitalismo de estado. Fue en ese mismo momento en el que la economía dominicana ya de por sí retrógrada, había quedado reducida al 50 por ciento su tamaño de antes de la guerra de abril (1965), cuando la necesidad de proceder a una industrialización masiva mediante la planificación estatal se convirtió en una prioridad del gobierno dominicano; y aunque los organismos de inteligencia del estado desmantelaron el terrorismo urbano el control y la coacción del Estado siguió siendo el único modelo conocido de una economía en que propiedad y gestión era un pecado. La electrificación de la República Dominicana tenía como objetivo la modernización tecnológica, pero la planificación estatal tenía objetivos más generales y continuó existiendo con ese nombre hasta el fin de la Corporación Dominicana de Electricidad (CDE), utilizada sin contemplaciones para enriquecer a grupos económicos alrededor de los partidos políticos, sin excepción.
Con su habitual realismo, Balaguer introdujo la nueva política económica a partir de 1966, lo que significaba en la práctica el restablecimiento del mercado y suponía una retirada del populismo de guerra al capitalismo de estado. Fue en ese mismo momento en el que la economía dominicana ya de por sí retrógrada, había quedado reducida al 50 por ciento su tamaño de antes de la guerra de abril (1965), cuando la necesidad de proceder a una industrialización masiva mediante la planificación estatal se convirtió en una prioridad del gobierno dominicano; y aunque los organismos de inteligencia del estado desmantelaron el terrorismo urbano el control y la coacción del Estado siguió siendo el único modelo conocido de una economía en que propiedad y gestión era un pecado. La electrificación de la República Dominicana tenía como objetivo la modernización tecnológica, pero la planificación estatal tenía objetivos más generales y continuó existiendo con ese nombre hasta el fin de la Corporación Dominicana de Electricidad (CDE), utilizada sin contemplaciones para enriquecer a grupos económicos alrededor de los partidos políticos, sin excepción.
Nuestros antepasados se convertían en inspiradores de todas las instituciones estatales de planificación, o incluso de las dedicadas al control macroeconómico de la economía de los estados del siglo 20 y 21. En los círculos de poder de los partidos políticos nacionales la democracia fue un tema de acalorada discusión. En la República Dominicana de los años setenta y volvió a serlo en los años de Balaguer, a principios de 1970, pero por la razón contraria. En los años setenta se veía venir una derrota de la derecha, o por lo menos como una desviación en la marcha hacia la izquierda, fuera del camino principal, al que era necesario regresar de un modelo a otro.
Los radicales, agrupados tanto en la derecha como en la izquierda, querían romper lo antes posible con el sistema y emprender una campaña violenta acelerada, que fue la política que acabó adoptando Joaquín Balaguer (1966-1978). Los moderados, que habían dejado atrás el ultra radicalismo de los años sesenta, eran plenamente conscientes de las limitaciones políticas y económicas con que el sistema de partidos políticos tenía que actuar en un país más dominado incluso por la agricultura, que antes de la revolución, y eran partidarios de una transformación gradual. Bosch, no pudo expresar adecuadamente su punto de vista y sobrevivió solamente hasta finales de 1980, pero, mientras pudo hacerlo, parece haber sido partidario de la postura gradualista. Por otro lado, las polémicas entre Balaguer y Bosch en los años ochenta, eran análisis retrospectivos en la busca de una nueva alternativa en la historia social, una vía hacia una sociedad diferente de la que, ambos se habían propuesto.
Los radicales, agrupados tanto en la derecha como en la izquierda, querían romper lo antes posible con el sistema y emprender una campaña violenta acelerada, que fue la política que acabó adoptando Joaquín Balaguer (1966-1978). Los moderados, que habían dejado atrás el ultra radicalismo de los años sesenta, eran plenamente conscientes de las limitaciones políticas y económicas con que el sistema de partidos políticos tenía que actuar en un país más dominado incluso por la agricultura, que antes de la revolución, y eran partidarios de una transformación gradual. Bosch, no pudo expresar adecuadamente su punto de vista y sobrevivió solamente hasta finales de 1980, pero, mientras pudo hacerlo, parece haber sido partidario de la postura gradualista. Por otro lado, las polémicas entre Balaguer y Bosch en los años ochenta, eran análisis retrospectivos en la busca de una nueva alternativa en la historia social, una vía hacia una sociedad diferente de la que, ambos se habían propuesto.
Esta polémica es hoy en día irrelevante. Si miramos hacia atrás, podemos ver que la justificación original de la decisión de establecer un gobierno democrático en Santo Domingo desapareció cuando los sindicatos, y el proletariado no consiguieron adueñarse de República Dominicana. Tras la guerra de abril, se encontraba en ruinas y mucho más atrasada que en la época de los trujillistas. Es cierto que Trujillo, y la nobleza, grande y pequeña, habían desaparecido, incluso, hasta la celebración cada año del 30 de mayo. Cerca de un millón de personas emigraron del país, privando de paso al estado dominicano de una gran proporción de cuadros más preparados; y también desaparecieron el desarrollo industrial de la época trujillista, y la mayor parte de los obreros que formaban la base sociopolítica del Partido Dominicano; burgueses, muertos o dispersados por la revolución y la guerra civil, o proletarios trasladados a las oficinas del estado y de los partidos.
Lo que quedaba era una nación todavía más anclada en el pasado; la masa inmóvil e inalterable del campesinado, en las comunidades rurales restauradas, a quienes la revolución había dado tierras, o mejor, cuya ocupación y reparto de la tierra se había aceptado como el precio necesario de la victoria y la supervivencia. En muchos sentidos, la edad de oro para República Dominicana jamás ha llegado. Por encima de la masa estaba el personalismo. De manera que Balaguer, Bosch y Peña Gómez apenas representaban a nadie, en el término sociológico de la palabra, tal como lo reconocían más tarde, con su lucidez individual y habitual, donde todo lo que el partido tenía a su favor era el hecho de haber sido alguien y eso significaba un verdadero éxito en sus concepciones políticas particulares.
Con toda probabilidad, de continuar siendo, el gobierno, aceptado y consolidado el país, nada más, era necesario. Aún así, lo que gobernaba de hecho el país era una élite de burócratas grandes o pequeños, cuyo nivel medio de cultura y calificaciones era aún más bajo que antes. ¿Qué opciones tenían los gobiernos dominicanos y los capitalistas extranjeros, preocupados por los activos y las inversiones en el país? Balaguer, tuvo un relativo éxito en su empeño de restaurar la economía dominicana a partir del estado ruinoso en 1966. Al llegar los años setenta, la producción dominicana se había recuperado sustancialmente de lo que era, aunque eso no quería decir mucho. La población dominicana seguía siendo tan abrumadoramente rural como en 1900 y de hecho sólo el 12.5 por ciento de la población trabaja fuera del sector agrícola. Lo que el campesino quería vender a las ciudades, lo que quería comprarles, la parte de sus ingresos que quería ahorrar, y cuantos, de los muchos millones que habían decidido alimentarse, a sí mismos, en los pueblos, antes de enfrentarse a la miseria en la ciudad querían abandonar sus conucos.
Todo era determinante para el futuro económico de República Dominicana, pues a parte de los ingresos estatales en concepto de impuestos, el país no tenía otra fuente de inversiones y de mano de obra.
Dejando a un lado las consideraciones políticas, la continuación de la democracia con, o sin enmiendas, había producido en el mejor de los casos un ritmo de progreso modesto. Además, hasta que hubiese un desarrollo industrial mucho mayor, era muy poco lo que los campesinos podían comprar en las ciudades y que los Keynesianos afirmaban (1978) que los salarios altos, el pleno empleo y el estado del bienestar creaban la demanda del consumidor que alentaba la expansión, y que bombear más demanda en la economía era la mejor manera de afrontar las depresiones económicas.
Los neoliberales aducían que la economía y la política dificultaban (tanto al gobierno como a las empresas privadas) el control de la inflación y el recorte de los costos, que habían de hacer posible el aumento de los beneficios, que era el auténtico motor del crecimiento en una economía capitalista.
En cualquier caso, sabían que seguir el libre mercado de Adam Smith produciría con certeza mayor crecimiento de la riqueza y las rentas (establecemos que los economistas Bernardo Vega y Carlos Despradel son mencionados como temas de estudio y algún día deberán explicar al pueblo las sugerencias que emitieron cuando fueron consultados por sus respectivos presidentes).
En cualquier caso, sabían que seguir el libre mercado de Adam Smith produciría con certeza mayor crecimiento de la riqueza y las rentas (establecemos que los economistas Bernardo Vega y Carlos Despradel son mencionados como temas de estudio y algún día deberán explicar al pueblo las sugerencias que emitieron cuando fueron consultados por sus respectivos presidentes).
Antonio Guzmán (1978-1982), Salvador J. Blanco (1982-1986). En ambos casos, la economía racionalizaba un compromiso ideológico, una visión a priori de la sociedad humana. Los neoliberales veían con desconfianza y desagrado a la Suecia socialdemócrata, un espectacular éxito económico de la historia del siglo 20- no porque fuesen a tener problemas en las décadas de crisis, como les sucedió a economías de otro tipo sino porque este éxito se basaba en el famoso modelo económico sueco, con sus valores colectivistas de igualdad y solidaridad.
Por el contrario, el gobierno de Guzmán, y más tarde el de Jorge Blanco, fueron impopulares entre la población y la izquierda, porque estimulaban un egoísmo asocial e incluso antisocial. Estas posiciones dejaban poco margen para la discusión. En condiciones iguales, muchos de nosotros preferimos una sociedad cuyos ciudadanos están dispuestos a prestar ayuda desinteresada a sus semejantes, aunque sea simbólicamente, a otra en que no lo están.
A principios de los noventa el sistema político se vino abajo porque votantes se rebelaron contra su corrupción endémica, no porque muchos dominicanos hubieran sufrido por ello (muchos se beneficiaron de ello) sino, por razón moral; fueron irónicamente los que estaban integrados al sistema (PRD, PRSC).
Los paladines de la libertad individual absoluta permanecieron impasibles ante las evidentes injusticias sociales del capitalismo de libre mercado, aun cuando este no producía crecimiento económico. Por el contrario, quienes, como este autor, creen en la igualdad y la justicia social agradeceríamos la oportunidad de argumentar que el éxito económico capitalista podría incluso asentarse más firmemente en una distribución de la renta relativamente igualitaria, como en Japón, donde cada bando tradujese sus creencias fundamentales en argumentos pragmáticos, como por ejemplo, acerca de si la asignación de recursos a través de los precios de mercado era o no óptima, resulta secundario. Pero, evidentemente, ambos tenían que elaborar fórmulas políticas para enfrentarse a la ralentización económica.
En este aspecto los defensores de la economía no tuvieron éxito. Esto se debió, en parte, a que estaban obligados a mantener su compromiso político e ideológico con pleno empleo, el estado asistencialita y la política de consenso de la posguerra. O, más bien, a que se encontraban atenazados entre las exigencias del capital y del trabajo, cuando ya no existía crecimiento, lo que hizo posible el aumento conjunto de los beneficios y de las rentas que no procedían de los negocios, sin obstaculizarse mutuamente.
Una política semejante sólo podía mantenerse reduciendo el nivel de vida de los trabajadores empleados, con impuestos penalizadores sobre las rentas altas y a costa de grandes déficit. Si no volvían los tiempos del gran salto hacia delante, estas medidas sólo podían ser temporales, de modo que comenzó a darse marcha atrás desde mediados de los ochenta. A finales del siglo 20, el modelo sueco estaba en retroceso, incluso en su propio país de origen u, obviamente, en el Caribe, en una República Dominicana repleta del desempleo, la inflación, altos prestamos para pagar nóminas estatales. (Antonio Guzmán, Salvador Jorge Blanco e Hipólito Mejía).
Sin embargo este modelo también fue minado por la mundialización de la economía que se produjo a partir de 1970, que puso a los gobiernos de todos los estados (a excepción, tal vez, de los Estados Unidos, con su enorme economía, a merced de un incontrolable mercado mundial). A principios de los ochenta incluso un país tan grande y rico como Francia, en aquella época, bajo un gobierno socialista, encontraba imposible impulsar su economía unilateralmente.
Por otra parte, los neoliberales estaban también perplejos, como resultó evidente a finales de los años ochenta. Tuvieron pocos problemas para atacar la rigidez, ineficiencia y despilfarro económico que a veces conllevaban las políticas de Joaquín Balaguer (1978-1986), cuando estas ya no pudieron mantenerse a flote gracias a la creciente ola de prosperidad , empleo e ingresos gubernamentales .
Tras los conflictos políticos de mediados de 1994 se había cumplido el margen para aplicar el limpiador neoliberal. La izquierda dominicana tuvo que acabar admitiendo que algunos de los implacables nuevos impuestos a la economía dominicana realizados por el gobierno del doctor Balaguer (1990) eran probablemente necesarios. Habían buenas razones para esa desilusión acerca de la gestión de las industrias estatales y de la Administración Pública que acabó ser tan común en los ochenta. Sin embargo, la simple fe en que la empresa era buena y el gobierno malo no constituía una política económica alternativa. Ni podía ser, en un mundo en el cual, incluso en los Estados Unidos (Ronald Reagan) el gasto del Gobierno Central representaba casi un cuarto del PNB, y en los países desarrollados, de la Europa comunitaria, casi el 40%. Estos enormes pedazos de la economía podían administrarse con un estilo empresarial, con el adecuado sentido de los costos y los beneficios, pero no podían operar como mercados aunque lo pretendiesen los ideólogos. En cualquier caso, la mayoría de los gobiernos liberales se vieron obligados a gestionar y a dirigir sus economías aun cuando pretendiesen que se limitaban a estimular las fuerzas del mercado. Además, no existía ninguna fórmula con la que se pudiese reducir el peso del Estado. (Ayuntamientos-PRD). Tras catorce años fuera del poder, el más ideológico de los regímenes del populismo, el Santo Domingo Hipolitista, acabó gravando a sus ciudadanos con una carga impositiva considerablemente mayor que la que habían soportado bajo el gobierno de la Liberación.
De hecho, no hubo nunca una política económica neoliberal única y específica excepto después de 1990, en los antiguos pensadores del área marxista donde con el asesoramiento de jóvenes leones de la economía occidental se hicieron intentos, condenados previsiblemente al desastre político luego de implantar una economía de mercado de un día para otro. El principal régimen neoliberal, los Estados Unidos del presidente Reagan, aunque oficialmente comprometidos con el conservadurismo fiscal (equilibrio presupuestario) y con el monetarismo de Milton Friedman, utilizaron en realidad métodos keynesianos para intentar salir de la depresión 1979-1982 creando un déficit gigantesco y poniendo en marcha un no menos gigantesco plan armamentístico. Lejos de dar el valor del dólar a merced del mercado y de la ortodoxia monetaria, Washington volvió después de 1984 a la intervención deliberada a través de la presión diplomática. Así ocurrió con las regiones de Latinoamérica y el Caribe, más comprometidos con la economía del laissez-faire y resultaron algunas veces ser especialmente Leonel Fernández, profunda y visceralmente nacionalistas e irónicamente confiados del mundo exterior.
Los historiadores no pueden hacer otra cosa que constatar que ambas actitudes son contradictorias. En cualquier caso, el triunfalismo neoliberal no sobrevivió a los reveses de la economía mundial de principios de los noventa, ni tal vez tampoco al inesperado descubrimiento de que la economía más dinámica y de más rápido crecimiento del planeta, tras la caída del comunismo soviético, era la China comunista, lo cual llevó a los profesores de las escuelas de administración de empresas occidentales y los autores de manuales de esta materia a estudiar las enseñanzas de Confucio en relación con los secretos del éxito empresarial.
(José Luis Alemán). Lo que hizo que los problemas económicos de las décadas de crisis en República Dominicana resultaran más preocupantes (y socialmente subversivos) fue que las fluctuaciones coyunturales coincidieron con cataclismos estructurales. La economía mundial que afrontaba los problemas de los setenta y los ochenta ya no era la economía de la edad de oro, aunque era, como hemos visto, el producto predecible de la época.
Su sistema productivo quedó transformado por la tecnología y se globalizó extraordinariamente, con consecuencias espectaculares. Además, en los años setenta era imposible intuir las revolucionarias consecuencias sociales y culturales, así como sus potenciales consecuencias ecológicas.
Todo esto se puede explicar muy bien con los ejemplos del trabajo y el paro en una isla llamada La Española. La tendencia general de industrialización ha sido la de sustituir la destreza humana por las máquinas. El trabajo humano, por fuerzas mecánicas fue dejando a la gente sin trabajo. Se supuso, incorrectamente que el vasto crecimiento económico, de los empresarios dominicanos, crearía automáticos puestos de trabajo, más suficientes para compensar los antiguos puestos perdidos, aunque habían opiniones muy diversas al respecto, ya que la cantidad de desempleados que se precisaba para que semejante plusvalía pudiese funcionar, quebraría el estado. (ANJE). Nuestras crisis confirmaron el optimismo. El crecimiento de una parte de la República Dominicana era tan grande que la cantidad y la proporción de trabajadores industriales no descendió significativamente ni siquiera en los sectores más industrializados.
Pero las décadas de crisis empezaron a reducir el empleo en proporciones espectaculares, incluso en las industrias en proceso de expansión. El número de trabajadores disminuyó rápidamente en términos y absolutos. El creciente desempleo de estas décadas no era te cíclico, sino estructural. Los puestos de trabajos perdidos en las épocas malas no se recuperaban en las buenas, o mejor dicho, no volverían a recuperarse. Esto no sólo se debe a que la nueva división internacional del trabajo transfirió industrias a los nuevos, convirtiendo a los antiguos centros industriales en cinturones de chatarra o en espectaculares paisajes urbanos en los que se había borrado cualquier vestigio de la antigua industria, como en un estiramiento facial. (CORDE). El auge de los nuevos países industriales es sorprendente. A mediados de los ochenta, siete de estos países tercermundista consumían el 24 por 100 del acero mundial y producían el 15 por 100; tomaban índice de industrialización tan bueno como cualquier otro (México, Venezuela, Brasil y Argentina). Además en un mundo donde los flujos económicos atravesaban las fronteras estatales excepción de los dominicanos nacidos en Nueva York o los emigrantes en busca de trabajo, las industrias con uso intensivo de trabajo emigraban de los países con salarios elevados a países de salarios bajos, es decir, de los países ricos que componían el núcleo central del capitalismo, como los Estados Unidos, a los países de la periferia (República Dominicana). Cada trabajador dominicano en Madrid representa un lujo si, con sólo cruzar el océano hasta el Corte Fiel, se dispone de un trabajador que, aunque fuese inferior, costaba varias veces menos. Pero, incluso países preindustriales como el nuestro, de industrialización incipiente, estaban gobernados por la implacable lógica de la mecanización, que más pronto o más tarde haría incluso el trabajador más barato costase más caro que una máquina capaz hacer su trabajo y por lógica, igualmente implacable, de la competencia del libre comercio mundial (Zona Industrial Herrera).
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